🔴 𝗛𝗢𝗫𝗘 𝗜𝗡𝗜𝗖𝗜𝗔𝗠𝗢𝗦 📖🕯️ Unha nova sección de relatos de terror reflexivo ✍️ Asinado polo autor: Manuel Losada 🌟 Tamén coñecido como o “Stephen King de Arousa” 💀 Primeiro relato: “𝗟𝗔𝗦 𝗥𝗜𝗦𝗔𝗦 𝗗𝗘𝗧𝗥𝗔𝗦 𝗗𝗘 𝗟𝗔 𝗣𝗔𝗥𝗘𝗗”

 Bety Torres siempre había sido una mujer atenta. Observadora. No de las que se meten en la vida de los demás por curiosidad, sino de las que saben ver lo que otros no quieren mirar.

Desde la ventana del segundo piso, con una taza de café en las manos, veía pasar cada mañana a Mariana, la hija de su vecina Rosa, camino al colegio.

Llevaba una mochila marrón que le colgaba más de un lado que del otro y caminaba con los hombros encogidos, como si intentara hacerse pequeña, invisible.


Era una niña muy guapa, callada y dulce. Pero había algo en su forma de caminar que rompía el alma: esa mirada perdida, ese gesto cansado, impropio de una cría de doce años.

A veces ella la saludaba y la pequeña apenas levantaba la mano, sin sonrisa, sin voz.


Una mañana, la mujer se animó a decírselo a su madre.


—Rosa, no quiero parecer entrometida, pero tu hija parece… triste. ¿Todo le va bien en el colegio?


Su madre sonrió, mientras recogía la ropa del tendedero.


—Ya sabes cómo son a esta edad. Que si los amigos, que si los deberes… son cosas de chiquillos.


Pero la vecina no quedaba tranquila. Esa frase —son cosas de niños— le sonó a excusa, a negación.

Y desde ese día empezó a notar más cosas.


La muchacha dejó de pasar todas las mañanas.

Al principio, ella pensó que salía más temprano, pero luego escuchó los gritos desde la casa vecina.


—¡No quiero ir! —sollozaba la niña—. ¡Me duele el estómago, mamá, me duele mucho!


—Mariana, ya basta —respondía Rosa, agotada—. No puedes faltar todos los días. Tienes que ir, mi amor.


El sonido del vómito llegó hasta la pared.

Y después, el silencio.


Bety se quedó helada.

Aquella escena se repitió varios días seguidos. La pequeña lloraba, vomitaba, temblaba cada vez que su madre le decía “es hora de ir al colegio”.


Entonces ella volvió a tocarle la puerta.


—Rosa, de verdad te lo digo con el corazón —insistió—, esta cría no está bien. No es normal que se ponga así cada mañana. Algo pasa en el colegio.


La mujer suspiró. Tenía los ojos rojos, el gesto cansado.


—Tienes razón. Ya hablé con ella. Dice que hay unas niñas más grandes que le pegan mientras la graban las otras, que le esconden sus cosas, que le dicen cosas horribles…

Pero ya hablé con la madre de una de esas chicas. Me dijo que no era nada grave, que hablaría con ella pero que son travesuras.

Y la tutora también me aseguró que en clase todo va muy bien.


—¿Y tú la crees? —preguntó la vecina.


—No lo sé —respondió con un hilo de voz—. Quiero creerlo. No quiero pensar que mi hija está viviendo algo así…


El cambio fue rápido.

Mariana dejó de salir a jugar.

Dejó de reír.

Se le marcaban las costillas bajo el pijama. Su voz se volvió un susurro.


Bety a veces la veía en la ventana, mirando hacia el vacío, con los ojos vidriosos, como si esperara que algo —o alguien— viniera por ella.


Una tarde, escuchó un ruido extraño: una especie de gemido ahogado. Se asomó y la vio ahí, en el patio, sentada en el suelo, con las manos en los oídos, repitiendo:


—No quiero escuchar… no quiero escuchar… no quiero escuchar…


La vecina corrió hacia la reja.


—¡Mariana! ¿Qué pasa, hija?


La niña la miró con el rostro blanco, las lágrimas colgando de sus pestañas y dijo algo que ella no olvidaría jamás:


—Las oigo incluso cuando no están.


Luego se marchó corriendo.


Intentó hablar otra vez con su madre, pero esta vez la mujer se negó a hablar con ella.


—Por favor, te lo agradezco, pero no te preocupes tanto. No quiero que piensen que soy una madre paranoica.

Además, la psicóloga del colegio me dijo que es una etapa de inseguridad, algo normal.


Tragó saliva. Quiso gritarle que eso no era normal, que los niños no vomitan de miedo, que los ojos de Mariana eran los de alguien que ya no quiere existir. Pero se contuvo.

No quería enemistarse con su vecina.

No quería parecer exagerada.


Y así, se quedó callada.

Y el silencio también mata.


La madrugada del jueves fue distinta.

La vecina despertó sobresaltada por un golpe.

Un impacto seco, hueco, como si algo hubiera caído desde lo alto.

Luego, un lloro. No, no un llanto… un sollozo desesperado y la voz de Rosa gritando el nombre de su hija.


La vecina salió corriendo, descalza, sin pensar.

La puerta de la casa de su vecina estaba abierta. Dentro, la policía hacía fotos.

El cuerpo de Mariana colgaba del marco de la puerta de su habitación.

El cinturón de su uniforme le apretaba el cuello.

Sus pies apenas rozaban el suelo.


La nota en el escritorio decía:


“Mamá, ya no puedo más.

Diles que ya no se rían.

Diles que me duele todo.

No quiero que me sigan pegando.

Perdón, mami.

Te quiero.”


Aquella mujer gritaba hasta quedarse sin voz. Su vecina paralizada, solo pudo decir en un susurro lo que la madre no podía escuchar:


—Te lo dije, Rosa… te lo dije.


Los días siguientes fueron un infierno.

La madre se marchó con unos familiares, incapaz de permanecer en aquella casa.


La vecina no podía irse. No tenía a donde.

Las noches empezaron a llenarse de ruidos.


Al principio, leves.

Tres golpecitos en la pared.

Luego, un susurro.

Luego, risas.


Un día, a las 3:00 de la madrugada, ella abrió los ojos y vio algo imposible:

En el rincón de su cuarto, la figura pequeña de Mariana, con el cabello tapándole la cara, el uniforme arrugado, los pies descalzos y los labios morados.

En la pared, detrás de ella, las sombras se movían como si hubiera más cuerpos, más niños, riéndose entre dientes.


La niña levantó la cabeza.

Sus ojos eran pozos vacíos.


—No me escucharon.

—Yo sí, mi amor —susurró ella, temblando— yo sí te escuché.

—Pero no hiciste nada.


Y entonces, la risa.

Esa risa rota, hueca, que se metía por los huesos.

Las sombras se acercaron y la vecina sintió que el aire se volvía espeso, húmedo, como si el dolor de la niña impregnara cada pared.


A la mañana siguiente, los vecinos encontraron a Bety sentada en las escaleras, con la mirada perdida, balbuceando sin parar:


“Son cosas de niños… son cosas de niños…”


La casa hoy sigue vacía.

El colegio de Mariana jamás admitió que hubo acoso.

Las niñas agresoras siguieron su vida.

Los profesores, los padres, todos olvidaron lo sucedido.

Menos su vecina.

Aquellos que se atreven a pasar por delante de la puerta de aquel piso abandonado, juran escuchar una cuerda tensándose y después, una voz infantil que susurra desde la oscuridad:


“Me duele el estómago, mami…”


Golpe. Golpe. Golpe.


El sonido de la culpa tocando la pared.


Porque a veces, el terror más puro no viene de fantasmas, sino de lo que permitimos que ocurra delante de nuestros ojos.

Y siempre empieza igual, con una frase que debería helarnos la sangre, pero que repetimos sin pensar:


“Son cosas de niños.”


Manuel Losada


Nombre

A Illa,4,A Illa de Arousa,6,Barro,1,Caldas de Reis,1,Cambados,46,Catoira,17,Deputación,2,Marín,1,Meaño,5,Meis,3,Moraña,1,O Grove,4,O Salnés,19,Pontecesures,3,Pontevedra,18,Pontevedra.,2,Portas,5,Ribadu,1,Ribadumia,5,Salnés,4,Santiago,3,Sanxenxo,16,Sanxenxo.,2,Valga,3,Vilagarcia,36,Vilagarcía,85,Vilagarcia.,6,Vilagarcía.,3,Vilanova,6,Vilanova.,1,
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Canal Arousa: 🔴 𝗛𝗢𝗫𝗘 𝗜𝗡𝗜𝗖𝗜𝗔𝗠𝗢𝗦 📖🕯️ Unha nova sección de relatos de terror reflexivo ✍️ Asinado polo autor: Manuel Losada 🌟 Tamén coñecido como o “Stephen King de Arousa” 💀 Primeiro relato: “𝗟𝗔𝗦 𝗥𝗜𝗦𝗔𝗦 𝗗𝗘𝗧𝗥𝗔𝗦 𝗗𝗘 𝗟𝗔 𝗣𝗔𝗥𝗘𝗗”
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